sábado, 14 de noviembre de 2009

Domingo


Madrid se despierta antes que nadie,
en las calles huele a agua,
y logro divisar (a través de la ventana)
como se desperezan los grandes edificios
delante de un sol adolescente.

Todavía caen algunas gotas,
la nevera está medio abierta
y no se oye más que el eco de alguna sirena.
(Esta noche los relámpagos de mi columna vertebral
se quedaban en el hueco que hay entre mi cuerpo y la pared).

No hay ni cereales ni pretensiones,
poca leche, ningún objetivo,
no hay planes, no quedan yogures,
me esperan las horas y el polvo:
no tengo mañana y el ayer era de hastío.

Ha parado de llover,
minutos interminables entre las nubes,
decido recoger las sobras del sábado borracho:
dos vasos, un pañuelo, una botella medio vacía.

La soledad era esto.



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